Era la tercera vez en mi vida que iba a Sevilla, pero la primera junto a mi marido. Lo recorrimos distinto a las veces anteriores… lo disfrutamos como nunca, le exprimimos su jugo hasta que solo quedaron unas gotas de azahar. Paseamos por sus calles, sintiéndonos cómodos, seguros, como cuando estás en casa y tienes la sensación de estar confortable, ese recuerdo de tu infancia de cuando una madre te abrazaba y te protegía del mundo.
Nuestra primera parada fue en el Hotel Petit Palace Marqués Santa Ana. Nuestro pequeño recorrido por las callejuelas hasta llegar al hotel, no nos hacía presagiar nada bueno, que equivocados estábamos… En cuanto entramos por sus puertas todo fue amabilidad.
El palacio data del S. XIX, fue totalmente restaurado y convertido en un hotel con encanto, muy céntrico, cómodo, silencioso, a dos pasos de La Catedral, del Ayuntamiento y de La Real Maestranza de Sevilla.
El itinerario de nuestro viaje que con sumo detalle habíamos planificado y organizado, nos llevó a la mañana siguiente a desayunar en Filo Colón, cafetería chiquitita, acogedora, bollería y cafés artesanales, tienen opción de Brunch y desayunos pensados para veganos. Su estilo es rústico, moderno.
Una vez que terminamos y con muchas ganas en el cuerpo, nos dejamos llevar por las callejuelas hacia el Archivo de Indias, la Plaza de España, El Parque de María Luisa... cuando nos quisimos dar cuenta ya andábamos hacia al sitio que teníamos reservado para comer.
Fue todo un descubrimiento. Su gastronomía de Kilómetro cero, sus productos de la huerta (locales, ecológicos)... Tienen su propia tienda y dan talleres de clases de cocina. Pedimos la mesa alta que hay nada más pasar la puerta a la derecha, corría cierto airecillo, en la calle hacía calor, nosotros estuvimos tranquilos, relajados. Dependiendo de la temporada así tienen pensada su carta.
De postre degustamos una de las mejores tartas de zanahoria que hemos probado, y creernos, somos expertos en la materia.
Después de un paseo por la zona de El Porvenir y dejar a la derecha la zona de Nervión, regresamos al hotel, descansamos un tiempo y al anochecer nos arreglamos para ir a cenar a El Pintón. Restaurante chic de tapas, tiene una terraza y un patio interior. Nos pareció que el sitio no estuvo mal, pero sin grandes sorpresas, la comida estaba buena, eso si.
A la mañana siguiente nos aventuramos de nuevo yendo a un sitio especializado en bollería artesanal, vegana en este caso, que cuida los sabores de siempre, las recetas de toda la vida. Nos enamoró el sitio, muy tranquilo, agradable, probamos su cupcakes, su rollo de canela, alguna de sus galletas…
Después de cargar las pilas, fuimos a visitar el Real Alcázar de Sevilla, nos perdimos por sus magníficas salas, sus pintorescos jardines, nos trasladó a tiempos ya muy lejanos…
Dando un pequeño paseo llegamos a La Catedral y La Giralda, ¡impresionante es poco! Las vistas desde lo alto de todo Sevilla, su subida sin un peldaño, La Giralda merece la pena sin dudarlo. La Catedral impresiona por su grandiosidad y todo su patrimonio cultural e histórico.
De allí nos fuimos a dar un paseo por el Guadalquivir y por supuesto cruzamos el Puente de Triana, no podía faltar la visita a la Hermandad de la Esperanza de Triana. Una vez cruzamos el Puente de San Telmo, para la comida nos dejamos caer por El castizo. Comimos bastante bien, en un ambiente agradable, distendido.
Después de un merecido descanso en el hotel y recargar las pilas, no podíamos dejar de darnos el paseo por las calles Sierpes, Tetuán y Cuna, zona predilecta para ir de compras. Me enamoré de sus tiendas de vestidos de flamenca, sus tiendas para niños, y qué decir de sus zapaterías, tiendas de complementos... Si estáis invitados a una boda o tenéis en mente casaros, no dejéis de ir. Es muy cómodo andar por allí, todo es peatonal y encontrareis de todo.
De compras por estas calles, a mi marido le llegó un olor muy característico, que nos trajo recuerdos de nuestra boda. Enfrente de la Iglesia Colegial del Divino Salvador se encuentra La Tarta de la madre de Cris. Fueron los que se encargaron de la tarta de queso que ofrecimos en nuestra boda, está reconocida como una de las mejores del mundo. Nos vimos obligados a realizarles una visita...
A la mañana siguiente disfrutamos de nuestro desayuno en Mamá Inés Café, sitio muy pequeño, acogedor y canalla.
Con toda nuestra carga de energía completa, nos fuimos de visita a la Basílica de La Macarena, no nos podíamos ir de Sevilla sin darle las gracias por volver a verla y para pedirle una petición especial.
Tampoco nos podíamos olvidar de la Basílica de Jesús del Gran Poder.
Para comer nos dejamos caer por el Cotidiano, su comida estuvo muy buena y el trato excelente.
Para la cena de nuestro último día en Sevilla nos íbamos a reencontrar con unos primos nuestros, momentos en familia llenos de un gran cariño y de admiración.
La mañana que nos íbamos, quisimos volver a Ofelia Bakery, no podíamos irnos de Sevilla sin probar alguno más de sus dulces caseros.
Aquella mañana el tiempo nos acompañó en nuestra tristeza por marcharnos, llovía a cántaros, muy a nuestro pesar debíamos dejarla para volver a nuestros quehaceres y darnos un tiempo para echarla de menos y pensar en la próxima visita.